Familias que no han podido reunirse, personas aisladas en su habitación, silencios, temores y duelos soportados sin esos abrazos tan necesarios. Noches blancas de hospital sin posibilidad de besos para los que más queremos; impotencia, tristeza, miedos…
No son pocas las personas que viven una situación así y por mucho que sea el decorado exterior, en su interior se difumina el programa de unas felices fiestas elaborado con galas de televisión, espectáculos, compras, cenas y luces en la ciudad. Hay demasiado cansancio, rabia, malestar…
Pero esta noche ha vuelto la Navidad. Sin luces y en silencio. Como aquella noche de Belén. Muchas personas miran más al cielo que de costumbre y para ellas se vuelve a anunciar una buena noticia: “Os ha nacido un Salvador”. Un anuncio que no figura en las carteleras de los musicales, ni en la programación de ninguna cadena, ni en los eventos sociales que se nos retringen.
Esta noche, de nuevo, para cada uno de nosotros, Dios se hace cercano para que no estemos nunca solos. Dios nos trae la paz, para que nada nos separe de Él.
Hoy es Navidad, sea cual sea nuestra situación. Dios nace frágil, vulnerable, sencillo, para que su buena noticia llegue sobre todo a los sencillos: a esa situación personal de frustración, a esos encuentros prohibidos, a esa habitación de hospital, a esas lágrimas que brotan del recuerdo de los que no están.
¡Cuánto necesitamos un Salvador! ¡Cuánto necesitamos al Dios con nosotros, que se hace rostro y palabra para acompañar nuestra vida, para regalarnos su paz, para que con Él a nuestro lado, seamos capaces de vivir con esperanza.
Para muchas personas puede haber demasiados motivos para no tener ganas de unas felices fiestas. Tal vez, para otras, renazcan las razones para desear de nuevo a Dios, y que Él nos haga sentir una feliz Navidad.
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